Durante el último quinquenio, la narrativa de Poldark Mego Ramírez @MegoPoldark ha girado fundamentalmente en torno a dos importantes ejes genéricos: la ciencia ficción distópica y el terror de línea grotesca. Sin embargo, con la reciente publicación de La casa que se incendió (Torre de Papel, 2023), el autor de El Domo y la saga Pandemia Z nos ofrece la posibilidad de examinar su literatura desde un ángulo menos frecuente, aunque tal vez más atrevido en cuanto a elaboraciones filosóficas y sentimentales, una historia de hibridación gótico-fantástica enlazada a un yo espectral y sus vivencias en los límites de la realidad y la no existencia.
La casa que se incendió, en este sentido, puede ser imaginada como una novela bisagra, una obra que nos permite conectar con otros universos ficcionales dentro del repertorio narrativo de Mego Ramírez. Vista, justamente, como una expansión escritural, esta novela corta desempeña no solo el papel de relato, sino también el de experimento. Al decir esto no me refiero al artefacto literario de las vanguardias, sino al experimento como una operación destinada a descubrir o demostrar ciertos fenómenos. En este caso, la experimentación se inclina por los caminos de la historia de fantasmas, y el autor, fascinado con las particularidades canónicas de este subgénero de la literatura de miedo, nos comparte tanto sus simpatías como sus escisiones, logrando crear de este modo una atmósfera rica en destellos y visiones tortuosas.
La narración de Mego Ramírez desarrolla la historia de un padre de familia frustrado por sus reveses literarios y matrimoniales. La obsesión con la fama y la precaria codependencia que mantiene con su expareja hacen que su día a día sea casi siempre tempestuoso. Abril, su pequeña hija, es la única persona que le da verdadero sosiego, no obstante, después del incendio de la propiedad que ocupan, sus almas quedarán atrapadas dentro de una sobrecogedora dimensión paralela, un “limbo castigador” que destruye poco a poco el espíritu vital del padre.
En este otro plano, lo gótico se va fundiendo con lo fantástico por medio de la duda de la voz protagónica. El yo fantasmal del relato, carente de confiabilidad discursiva salvo cuando expresa amor hacia su hija, pasa su confinamiento extraterrenal reprochándose y recordando el pasado; intentando, casi siempre perseguido por las insatisfacciones que no le permitieron vivir en armonía con el mundo, darle verosimilitud a su memoria histórico-existencial, aunque al mismo tiempo, e inadvertidamente, teja un manto de incredulidad sobre ella.
La casa que se incendió juega así a engañar al lector a partir de una dualidad padre-hija que tal vez no exista como la percibimos. Mego Ramírez, sin embargo, construye con profunda emotividad una metafísica entrecruzada, especular en ocasiones, exponiendo no solo la existencia eterna del castigo o la herida anímica, sino también la del amor paternal. Mientras llora y se agobia, el yo narrador de esta novela ciertamente se va liberando, y a la misma vez, aunque el castigo nunca llegue a acabar, redime aquello que más ama.
Gracias por leer esta reseña
Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser